Oh Dios, distribuidor
de los dones celestiales, que concediste al bienaventurado San Antonio
de Padua fervorosa y arrebatadora elocuencia, nacida por aquel su amor
a las Sagradas Escrituras que lo hacían no sólo hábil para argumentar,
sino también eficaz a la hora de persuadir, ya que sabía dar así mismo
testimonio con su conducta; infunde también en mi vida la bondad y la
dulzura, la sencillez y pureza en mis costumbres, con la práctica de todas
las virtudes cristianas para que arrepentido y dolorido de todas mis faltas
siga fielmente los principios de la vida cristiana y pueda dar también
testimonio con mi vida del mensaje de Jesús.
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